viernes, 7 de mayo de 2021

A propósito del Vándalo

A propósito del Vándalo


¿De dónde viene el vándalo? El vándalo no es una construcción de los dioses; por obvias razones, propias de los ideales monásticos, se debe descartar su creación divina. Entonces, nos quedan otros andenes conceptuales para responder a la emergencia del vándalo. Resultaría aceptable, y tendrá sentido pensar que el vándalo ¿es distinto del leonino que elude normativas, incapaz de controlar su interés por maximizar su dinero?, ¿será que el vándalo guarda hermandad con el que denominan terrorista, con el contrabandista, con el narcotraficante? Creo, firmemente, que es pertinente hacernos estas preguntas.

Tal cual como se presenta la crisis social hoy en Colombia, debemos pensar cómo entender la emergencia del vándalo. El desamparo, la situación de alta precariedad económica, el abandono del Estado entre otras razones, han hecho que en muchas barriadas crezcan seres humanos desprovistos de una formación moral y ética, que les permita discernir hacia una búsqueda consciente del bien, de lo que es correcto y lo que no lo es para su accionar individual y social. Es fundamental pensar que el vándalo no nace dándole piedras a los pocos bienes materiales que pueda tener en su hogar, quebrando los vidrios de su casa, o pateando los bienes públicos que demarcan su barriada. No creo que el vándalo nazca en el seno de un proyecto racional y moral que descansa en una particular genética humana.

Es una verdad de Perogrullo pensar, en el plano ideal, que los hombres de Estado, los empresarios y quienes nos gobiernan, buscan garantizar verdaderas condiciones materiales y morales para que sus ciudadanos puedan vivir dignamente, respetar la otredad y el bien público. En las barriadas populares en las que se presencia la miseria y la pobreza se cuecen miles de vivencias que rompen las creencias acerca de que el Estado es una institución centrada en proveer el bienestar de todas las personas. En esas barriadas la gente se entera, poco a poco de otra realidad; ve que allí donde nacen se patentiza la violencia y la crueldad del lema “sálvese quien pueda”. El habitante de la barriada aprende de manera muy precisa que su salvoconducto no está en manos de la policía o si es el caso, del ejército, sino que está en la voluntad de muchos de los que se hacen violentos y crueles. La idea de justicia y paz, de bienestar, no es por ello un asunto institucional. Allá todo queda a la voluntad de otros individuos y al azar que tiraniza el cuerpo que recibe el cuchillazo y las balas.

El vándalo, que hace presencia en las protestas colombianas, es el resultado de vidas negadas y ninguneadas por hombres de Estado, por instituciones, por organizaciones que se han centrado en agenciar sus propios intereses, olvidando la suerte de las gentes que en cientos de barriadas nacen casi condenados a vivir su cruel y desolada pobreza. Cómo entender el derecho a la vida digna, si en la lógica del mercado estratégico y maximalista se excluyen a cientos de niños y niñas que no alcanzan a experimentar una formación integral que haga entendible a plenitud lo que emana de los derechos humanos y del trabajo para movilizar una moral alrededor del bienestar personal y de los bienes públicos. El vándalo es el resultado de una acción y una mirada violenta y afraterna con la que nuestra sociedad ha invisibilizado la pobreza y la miseria. En países como el nuestro, donde la pobreza es un estrato para el subsidio económico que se clienteliza, y no una preocupación de la política digna, emergen muchos seres humanos que se encuentran en la violencia del medio que los entrevé y los arroja al desespero del hambre y el desamparo total. En las barriadas miles de sus habitantes viven en medio de escaladas violentas que van oscureciendo la esperanza en el Estado, en los valores y en el respeto sobre los bienes públicos.

Mientras que, al Estado y sus instituciones, mientras que al mercado económico financiarizado, al empresariado y la alta gerencia no le importe la suerte de los pobres, los excluidos, los desplazados, veremos la emergencia de subjetividades que luchan, sin saber bien, cómo y por dónde, atacar lo que para ellos nunca ha sido un bien común. La experiencia diaria del no respeto, del desconocimiento, del desamparo, siempre será la cuna del vándalo, definido en el diccionario de la RAE, como una “persona incivilizada que comete acciones destructivas contra la propiedad pública”.

Ante la escalada de protestas que vivimos hoy en Colombia, me pregunto: ¿Cuál es el sentido de atribuir per se la violencia y la crueldad al incivilizado que nunca se ha sentido amparado por la justicia y la política de “bienestar” de los estados post-burocráticos? Si algo queda claro hoy, es que el vándalo venido de las barriadas populares, ha entrado en escena, y sin diálogo preciso, con la protesta liderada hoy por la clase trabajadora y los estudiantes que quieren huir de las garras de la injusticia, la pobreza y la marginalidad.

Entiendo la protesta y me opongo a la violencia y la crueldad humana, pero creo que el vandalismo contemporáneo debe entenderse como el resultado de una miseria moral y ética, la cual ha emergido de una dirigencia política y empresarial que, internacional y nacionalmente han invisibilizado las consecuencias del modelo económico neoliberal que maximiza para ella su renta y, en consecuencia, propaga la emergencia de protestas que se banalizan y se vandalizan, pero que dejan la estela del grito eterno de una humanidad que clama por ser reconocida.

Para terminar, quiero visibilizar una respuesta que un estudiante escuchó de un joven que está en “Puerto resistencia” y que ocupa un lugar, en lo que ya se popularizó, como la primera línea:

“… ¿Por qué lloro? Lloro… porque nunca antes había comido tan rico, como ahora que estoy en la primera línea”.

William Rojas Rojas
Profesor Facultad de Ciencias de la Administración
Jueves 6 de mayo de 2021

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